Imagina esto…
Estás caminando por el campo. El cielo es de un azul eléctrico, el aire fresco te llena los pulmones, y a tu alrededor todo es verde, vivo, sereno. Caminas sin rumbo, reflexionando sobre tu vida, tus decisiones, tus sueños… hasta que te topas con una bifurcación.
Dos caminos.
Uno a la izquierda, con un cartel que dice: “El Camino Fácil”.
Otro a la derecha, señalizado como: “El Camino Difícil”.
Miras a la izquierda y parece un paseo: pavimento nuevo, bajada suave, flores al costado del camino. Casi puedes escuchar una música relajante de fondo.
Miras a la derecha y ves un sendero pedregoso, empinado, que sube una montaña tan alta que su cima se pierde entre las nubes.
Tu instinto lo dice claro: “¿Quién en su sano juicio iría por el camino difícil?”
Das el primer paso hacia la izquierda. Pero antes de avanzar más, una voz te detiene:
—¿Seguro que quieres ir por ahí?
Te giras. A la sombra de un pino hay un hombre mayor, con una pipa en la mano y una mirada que atraviesa. Lo llaman El Oráculo.
—¿Qué tiene de malo este camino? —preguntas.
Él te responde con calma:
—Lo que ves… no es lo que es. Ambos caminos son una ilusión. Pero uno te hace sentir que avanzas sin moverte. El otro te transforma con cada paso, aunque duela.
Le pides más claridad. Quieres entender. Él te da unos lentes y te dice que los pongas. A simple vista no parecen especiales. Pero cuando los usas y vuelves a mirar los caminos, todo cambia.
El Camino Fácil sigue siendo hermoso… pero algo te incomoda. Puedes ver hasta la curva, pero no más allá. ¿Qué pasa después? ¿Llega realmente al valle?
El Oráculo te invita a caminarlo. Y lo haces.
Es precioso. Mariposas, flores, una brisa cálida. Todo parece perfecto.
Pero tras recorrer kilómetros y doblar aquella curva… estás otra vez en el mismo punto de inicio.
El Oráculo te sonríe, como si lo supiera desde siempre.
—El Camino Fácil entretiene, pero no transforma. Es un ciclo. Una trampa dulce. Te hace sentir ocupado, pero no avanzás.
—Entonces, ¿mi única opción es el camino difícil? —preguntas, ya sabiendo la respuesta.
—Exacto. Pero déjame decirte algo —agrega, con una chispa en los ojos—: El Camino Difícil no es tan terrible si estás dispuesto a aprender a subir montañas.
¿Sabes algo? En la vida real, esto pasa todo el tiempo.
El “Camino Fácil” puede tener muchas formas:
→ Postergar decisiones importantes.
→ Vivir apagando fuegos en vez de construir algo sólido.
→ Buscar atajos, fórmulas mágicas o motivación pasajera.
→ Quedarte cómodo, esperando a “estar listo”.
Pero el progreso real, ese que te cambia por dentro, está en el otro camino. El que pocos toman.
Ese donde:
No tienes todas las respuestas, pero das el paso igual.
Te enfrentas a tus bloqueos, creencias y hábitos.
Aprendes a disfrutar del proceso, incluso cuando hay barro, piedras o tormentas.
¿Y sabes qué es lo hermoso?
Que cada vez que llegas a la cima de una montaña, ves más lejos. Entiendes más. Tomas decisiones con más sabiduría. Y eliges seguir subiendo, no por obligación… sino por pasión.
Porque ahora sabes cómo.
Hoy quiero decirte esto:
No estás solo en el camino difícil.
Pero sí es tuyo. Nadie puede recorrerlo por ti.
Y cuanto antes aceptes que no hay «fórmulas rápidas» para una vida con propósito, impacto y libertad… más rápido dejarás de girar en círculos.
Sí, al principio cuesta.
Pero luego se convierte en una danza. Una aventura. Un juego que ya no quieres soltar.
Ahora te dejo con una pregunta:
¿Estás caminando o entretenido en un ciclo?
Si estás listo para mirar con otros lentes, toma esto como una señal.
Sea cual sea tu próxima montaña —lanzar esa idea, formalizar tu negocio, mejorar tu sistema, crear contenido con intención, o construir una vida a tu manera—, hazlo con los pies en la tierra y la mirada en lo alto.
Como diría el Oráculo:
«Comprométete, toma responsabilidad y haz el trabajo difícil. Así es como se forja una vida. Ese es el juego, la aventura, la danza de estar vivo.»
¿Nos vemos en la montaña?
John Colvert